Tengo fragmentos de dolor regados en diferentes hojas, todas desordenadas, como mi cabeza, que no halla juicio sin sentencia anticipada, incluso sin condena involuntaria.
Decidí drenar mis nubes sin borrador, sin releer, hoy la tinta no es necesaria, no hay mejor indeleble que el hierro caliente que marca la más gruesa piel, mucho más corazones frágiles que bombean débilmente sangre diluida en lágrimas.
Me sigo preguntando el motivo que jamás logré encontrar. Un diamante encontró lugar en mí, y es la única hermosa y perfecta razón por la que puedo "sonreírle a la desgracia", como dice Melendi.
Más que piel y huesos, mi cuerpo es un cartón pintado. Tengo la fuerte visión mental de un espacio totalmente negro en el que hay un puntito de luz en el centro, que reparte un claro de luna cada que me concentro en él, pero es mucha la podredumbre que me conforma y no puede permanecer. Temo cubrir su destello.
Nada es ideal, nada es mínimamente como alguna vez pude imaginar, siquiera con modestia. Me duele pensar que pude recibir justamente lo que necesito, y hoy erróneamente se cree que lo que necesito puede apreciarse físicamente. ¡Mala mía, como siempre! El vacío sigue, y es más gigante que nunca. El empeño de forzar un sentimiento inexistente es tan absurdo como regalarle un tesoro desbordado en oro a quien solo pide a gritos un abrazo genuino; la insatisfacción es inminente... Y la voz se quedó sin fuerzas.