Provocaré infinitas sonrisas, drenaré cada lágrima y escribiré mis pensamientos. Mi mundo, mi espacio, mi rareza. ¡Estás invitado!
martes, 2 de mayo de 2017
Añoranza, desilusión y desesperación.
No tengo palabras para describir lo mal que me siento al saber a mi familia en un lugar sin luz, en un país desangrado, en tierra de nadie, donde su vida vale menos que la muerte de un ciego de poder que se dedicó a dividir una nación hermosa y fuerte, donde las armas están matando los lápices, donde los restos en la basura son el nuevo menú del día. Me duele ver que cada vez hay menos posibilidades de salir del pozo, que las llamadas internacionales están restringidas, que poco a poco han ido quitando el internet, que cada vez hablo menos con mi madre porque se hace cada mes más difícil. Me duele como se sientan a dialogar la situación de un país que está muriendo, del cual están presenciando su rápida descomposición, y nadie hace nada, todo queda en reuniones. No tengo palabras para expresar lo desesperanza que me siento. Yo no pedí irme de Venezuela, a mí me obligaron. Me obligó el gobierno. Me obligó la inseguridad. Me obligó la escasez. Me obligó la represión. Están matando a nuestros muchachos, están acabando con nuestro pueblo. De lo más profundo de mis entrañas, deseo vivir para ver cómo mi país vuelve a ser el lugar en el que di mis primeros pasos, el que recorrí con amigos, el que disfruté con mi familia, ese país que me dió tanto, pero tanto, que de solo escuchar una canción de Simón Díaz se me hace un nudo en la garganta. Es imposible no amar a mi Venezuela. Desearía que todo esto solo una pesadilla.
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