jueves, 8 de febrero de 2018

Pequeña florecita mía.




Hace un mes y dos días, los reyes magos, mis amigos que desde pequeña me regalaron las sorpresas más geniales (lo siento, Santa), me trajeron una flor muy chiquita y hermosa, de la cual yo tenía conocimiento, sólo que, por cosas del destino, llegó un poco antes de lo previsto. Desde ese día mi vida cambió por completo; súper cliché, sí, pero realmente esa frase nunca fue tan real para mí.

Los días se hicieron más largos y las noches eternas. Su rostro era ahora el dueño indiscutible del significado pleno de la palabra ternura. El amor tenía voz, era una preciosa voz cuyo grito quedó tatuado en mi memoria desde que me saludó por primera vez, para siempre. Mis desvelos comenzaron a ser uno de los momentos más dulces, pues eran para cuidarla y alimentarla con todo el amor que mi cuerpo preparó por meses, especialmente para ella. Su sonrisa se convirtió en la más cálida caricia a mi alma, porque sí, ya sonríe, y mucho. Sus ojos emanaban la más perfecta inocencia de la que carece la vida a estas alturas del camino. En fin, que la amaba desde antes de saber que vendría, pues pasamos meses planificando su vida y lloré cada vez que se me anunciaba que aún no sería; aunque no fueron muchos meses, mi anhelo me torturo con cada negativo.

Finalmente, con la esperanza ausente, fui sorprendida. Mi pequeña estaba viajando a conocernos, y en el camino iba creciendo a través de un canal que sacaba de mí para darle a ella, pero aún faltaba algún tiempo para conocerla. Hubo problemas, hubo llanto, hubo miedo, pero logramos salir sanas de todo hasta que por fin la conocí. Es la más hermosa flor que haya visto jamás.

Al final del día cada detalle valió la pena, vale cada mirada, cada sonrisa, cada movimiento, cada sonido y cada roce de la dueña de mi corazón, vida con la que nací de nuevo: cuando nace un bebé, nace también una madre.

Ella era feliz, pero extrañaba.





Extrañaba esa vida sin anclas que la llenaba de dolor y a su vez la hacía sentir viva...

Extrañaba esas lágrimas en total soledad mientras ahogaba sus gemidos de profunda tristeza en música y alcohol, durante la noche plena...

Extrañaba sentirse tan desarmada y a la vez tan completa, tan desorientada y a la vez tan planificada...

Extrañaba el gran vacío que sentía estando rodeada de gente a la que, en su momento, realmente le importaba...

Extrañaba sentirse única, aunque fuera una linda mentira, sentirse primera, sentirse importante...

Extrañaba esa hermosa melancolía con la que escribía y cantaba su agonía, en líneas llenas de ira y con una voz opaca por la frustración...

Extrañaba la tranquilidad de no sufrir la presencia de fantasmas reales que no se irían jamás...

Extrañaba no tener que fingir querer lo que apenas aceptaba con pesar...

Extrañaba sonreír de manera genuina, con la mente libre de nubes y con el corazón alegre, aunque difícilmente ocurriera muy de vez en cuando...

Extrañaba su aburrida normalidad, su libertad, su rebeldía...

Extrañaba vivir, extrañaba sentir y ser consciente... Necesitaba ver realizado solo un tercio de lo que alguna vez se imagino, y aunque una vida florecía en su vientre, la suya se marchitaba cada estación un poquito más... Pero seguía siendo feliz... Del mismo modo en el que siempre lo fue.


Aclaración: Cada artículo es un sentimiento que alguna vez se quiso plasmar, pero no quiere decir que necesariamente tengan vigencia al momento de publicarse.