domingo, 20 de abril de 2014

En la gama, un oscuro color.


En algún momento de nuestras vidas, tarde o temprano, comenzamos a experimentar circunstancias y sentimientos que ni siquiera habíamos imaginado.
Casi siempre creemos estar a salvo de las desgracias que vemos vivir a otros; es cierto, no siempre nos sucede lo mismo que a otros, a veces nos suceden cosas peores o no tan graves. En fin...

Ahora empiezo a entender la razón por la que nos enfermamos mentalmente, llenándonos de odio y dañando solo nuestro interior.
Empiezo a experimentar lo que significa crecer, ser adulto, y duele... Duele ver como pierdo amores y amigos; se van de la misma forma que llegaron, de manera fugaz.

Realmente a nadie le importa si sufres en silencio, es muy fácil engañarlos a todos con una sonrisa falsa.

Sabes que estás creciendo, en el momento en el que descubres que aún tú mismo te das asco y lástima.

Entiendes que dejaste de ser niño, cuando las responsabilidades de tus (antes llamadas) travesuras, ya no son competencia de mamá. Ahora son mucho más que simplezas como partir un vidrio, jugar en el patio del vecino y cosas parecidas, y pesan sobre tus propios hombros.

En esos momentos ves, pero no miras, oyes, pero no escuchas. Da igual lo que ocurra a tu alrededor, tu solo estás «viviendo sin vivir».

Ahora extrañamos esas pequeñas cosas de las que nos quejabamos de pequeños, ¡ojalá ese fuera el problema!

Necesitamos recuperar al niño que una vez fuimos, ese niño que solo quería crecer, salir y ser independiente, ahora quiere volver a dibujar, dormir y que todo sea exactamente como solía ser.

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